31.5.06

lunes, 31.05.1806 - la Recova

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"Tomamos tierra sobre un muelle que se adelantaba hasta alguna distancia de la costa. Al llegar al fuerte, que incluye un edificio grande y pesado, antes residencia de los virreyes y ocupado ahora por el presidente de la Junta, tuve la agradable sorpresa de hallar frente a él una amplia y hermosa plaza dividida por una columnata, con tiendas a cada lado, opuesta a un edificio que más tarde supe era el cabildo o ayuntamiento. (...) Entre el Fuerte y la columnata, que se llama la Recova, había una cantidad de carretas cargadas de frutas y verduras. Del lado opuesto, varios chiquillos a caballo galopaban de una parte a la otra con sus tarros de leche, colgados sobre sus monturas" . Así describe a la Recova, J. R. Poinsett un agente comercial norteamericano de paso en la ciudad por 1810.

Construida en 1803, la Recova (o Recoba) era una galería comercial, un agrupamiento de locales, que dividía la actual Plaza de Mayo en dos, a la altura de la calle Defensa. En 1805 se construyó el doble arco central que sirvió de techo a los locales y, el entonces virrey Sobremonte, mandó a pavimentar el camino que lo unía al Fuerte.

"Por aquellos años de Dios" recuerda José Wilde "comían todos los tenderos de la fonda. Los llevaban la comida en viandas de lata, y entre 2 y 3 de la tarde, (hora en que entonces se comía), no se podía pasar por la Recoba porque el olor a viandas era insoportable y el tufo a comida que en verano salía de cada tienda de esas, volteaba como un escopetazo".

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La Recova fue demolida en 1883 por el intendente Torcuato de Álvear, en el proceso de remodelación de la actual Plaza de Mayo. Se cuenta que, en ese tiempo, la Recova era propiedad de Clara Zuñiga de Anchorena quien se negaba a destruirla. El intendente envió una brigada de obreros que en un par de días completaron la demolición. La señora de Anchorena demandó a la Municipalidad y la Justicia le dio la razón, debiendo indemnizar a la propietaria quien, a la fecha del fallo, ya había muerto.

30.5.06

domingo, 30.05.1806 - la Fortaleza

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Donde hoy se levanta la Casa Rosada, se erigía el antiguo Fuerte o Fortaleza, asiento de las autoridades virreinales. El Fuerte dominaba el río ya que, a esa altura, el Plata tenía poco profundidad y hacia muy difícil un ataque por esa vía. La "enorme y achaparrada" fortaleza real, "ostentaba su macizo parapeto acribillado de cañoneras y flanqueado de bastiones angulares, con su portón central y su puente levadizo sobre el ancho foso que contornaba el murallón" lo describe Paul Groussac. José Wilde lo recuerda más sombríamente: "Este edificio siniestro y sombrío, sobre cuyos muros se destacaban varias bocas de cañón, tenía por entrada un enorme portón de hierro con un puente levadizo a través de un ancho foso que circundaba todo el edificio. En este foso, depósito eterno de inmundicias, se veían jugando a la baraja o tirando la taba, o echados al sol en invierno, algunos soldados de los que formaban la guarnición, bastante mal vestidos, muchas veces descalzos, con el pelo largo y desgreñado. Por añadidura, nunca faltaba un buen número de muchachos holgazanes, de los que en todas épocas abundan y que hacían una rabona muy cómoda en el zanjón".

Para el tiempo de las invasiones inglesas, la administración colonial mostraba su desidia en las condiciones en la que se encontraba el fuerte. "Los cañones estaban picados, sus cureñas, podridas, las murallas, bajas y parcialmente demolidas hacia la plaza y el foso lleno de escombros" describe el capitán Gillespie. "Era una defensa miserable para ciudad tan importante" agrega.

Posteriormente a 1810, el Fuerte fue la residencia de los distintos gobernadores de Buenos Aires, hasta que en 1850 se demolió, parcialmente, para iniciar las obras de la Aduana Nueva. El Museo de la Casa Rosada conserva parte de la construcción original del fuerte: una de las troneras y el recinto de bóveda que fue almacén de la Real Hacienda.

29.5.06

sábado, 29.05.1806 - la plaza mayor

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Sigamos describiendo la ciudad colonial, a días del arribo de la expedición inglesa. El centro de la actividad de la Buenos Aires de 1806, era lo que es hoy la Plaza de Mayo. Entonces estaba dividida, a la altura de la actual calle Defensa, por la Recova, un pórtico de arcadas abiertas y veredas protegidas en el que se ubicaban una serie de tiendas y negocios, el mercado más importante de Buenos Aires.

En el lugar donde está la Casa Rosada se levantaba el Fuerte, el asiento de la autoridad real, la residencia del virrey, amén de cuartel militar y depósito de armas.

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El espacio que quedaba entre la Recova y el Fuerte, era la Plazoleta del Fuerte, “completamente destituida de todo adorno, con sólo unos pocos asientos de ladrillo (poyitos) inmediatos al foso, semejantes a los de la Alameda, sin empedrado y sucia como el resto de la ciudad” la recuerda José Wilde. En esta plazoleta se efectuaban las ejecuciones. Wilde ubica los banquillos, en la zona cercana al foso del Fuerte y señala que en algunos casos, el cuerpo del ajusticiaba quedaba suspendido de la horca, a la vista de la población.

Cruzando la Recova, hacia el oeste, se entraba a la Plaza Mayor, frente a la que se ubicaba el Cabildo (parcialmente mantenido) con su cárcel anexa. "El Cabildo, o Casa del Pueblo, no tiene más características que una torre de iglesia y un largo balcón al frente: se levanta sobre la Plaza, de la que constituye el límite occidental" describe un viajero inglés de la época.

27.5.06

jueves, 27.05.1806 - popham y Narcissus

¿Qué pasa con la flota británica que navega hacia Buenos Aires? No hay grandes novedades. Hoy, sir Home Popham se trasladó a la fragata Narcissus que se adelantaría a la escuadra “con el objeto de adquirir conocimiento del Río, para que no ocurriese dilación alguna, al arribo inmediato de nuestros tropas para atacar aquel punto que creyese más oportuno” . En la Narcissus embarca también, por orden de Beresford , el capitán Kennet para tareas de reconocimientos en las playas del Plata.

26.5.06

miércoles, 26.05.1806 – la logia “independencia”

A partir de la Revolución Francesa y la independencia de los Estados Unidos, circuló la propaganda de la emancipación por las colonias españolas. No es raro, en la literatura histórica de esas fechas, registrar las distintas logias y sociedades secretas formadas para trabajar hacia el objetivo de la independencia de España. Detrás, como era de esperarse, operaban las distintas potencias contrarias a España que veían con buenos ojos socavar el poder del Imperio, apoyando estos planes.

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Es el caso del general venezolano Francisco Miranda, mezcla en dosis iguales de espía, aventurero, militar, buen amante y charlatán. Es número puesto en todas las conspiraciones que danzaban en esos días, con muy buenos contactos con Inglaterra, como hemos visto cuando comentamos la redacción del memorial Popham.

Carlos Roberts hace un prolijo repaso de algunas logias de esos años. En Madrid, por ejemplo, funcionaba desde 1785 una “Junta de Diputados de los Pueblos y Provincias de la América Meridional” (posteriormente “Conjuración de Patriotas”) reunión de americanos residentes en la península ibérica que contó con José y Francisco Gurruchaga y José Moldes entre sus miembros. Su filial en Cádiz contó con los nombres de Bolívar, San Martín, Álvear y Zapiola, entre otros notables.

En 1796, hay claros indicios de una logia francesa en Buenos Aires, entre los que hay contar a Liniers, Pueyrredón (educado en Francia), Manuel Arroyo y Anita Perichón, una mujer que tendrá una participación clave en el Buenos Aires de esos años.

Otro grupo empezó a operar alrededor de 1802, la logia “Independencia”, con Castelli, Belgrano, Paso, Rodríguez Peña, Vieytes, Alberti, Terrada, Chiclana, French, Berutti, Viamonte, Guido, entre otros nombres que serán claves en la emancipación de las Provincias Unidas del Río de la Plata. La existencia de ese grupo motivó una investigación del virrey Sobremonte en 1805, que no arrojó pruebas tangibles para establecer condenas, pero aportó información de inteligencia sobre el accionar del grupo.

Habrá que seguir con atención a estos dos grupos, uno pro-francés y otro pro-inglés. Anoten los nombres y cotéjenlos cuando se sucedan los hechos posteriores al desembarco inglés en Buenos Aires. Porque alrededor de estos dos grupos gira gran parte de la reconquista de la ciudad.

25.5.06

martes, 25.05.1806 - criollos y españoles

Las reformas administrativas de los borbones, a partir del reinado de Carlos III, tenían el objetivo de recuperar el control del imperio español ante la presión de las otras potencias europeas en la zona. Comentamos, en posts anteriores, el encarecimiento de las mercancías consumidas por Buenos Aires, (casi 4 o 5 veces más) debido a la obligación de comerciar con Lima y el Alto Perú.

A grandes rasgos, podemos caracterizar las zonas del virreinato, según sus intercambios comerciales: Buenos Aires, vía contrabando, boicoteó el monopolio español. El Interior se vinculaba a Lima y al Alto Perú. Mientras que el litoral lograba colocar sus productos en Brasil y Paraguay.

Carlos Roberts define el perfil del comerciante colonial: “Todo comerciante era, en esos tiempos, negrero, y por fuerza, contrabandista, y si era extranjero, muchas veces aventurero y espía”. Los comerciantes locales no tenían problemas con el sistema existente: en connivencia con los comerciantes de la metrópoli, las autoridades y los empleados coloniales, ganaban más con el contrabando que con el libre comercio.

Las reformas borbónicas tendieron a atenuar el poder de los comerciantes criollos previendo el germen de rebelión que representaban. Si bien liberaron el comercio para algunos puertos, dejaron los cargos públicos principales en manos de los españoles. A la vez, se tomaron medidas para aliviar la situación económica de los estratos inferiores de la sociedad, los negros y mestizos. Los criollos cargaron con la presión impositiva impuesta por España.

No es de extrañar que esta política engendrara un sentimiento de resentimiento en la sociedad criolla porteña. Surgieron las logias secretas, se divulgó la literatura antimonárquica y se multiplicaron los conflictos entre las instituciones coloniales. Mientras el virrey y la Audiencia representaban los intereses de España, el Cabildo fue la institución donde se apoyaron los criollos. El Consulado, en tanto, sostuvo los privilegios económicos de los monopolistas españoles.

Ésta es la división incipiente de la sociedad con la que se encontrarán los ingleses cuando arriben a estas playas porteñas.

23.5.06

domingo, 23.05.1806 - Buenos Aires y Montevideo

Frente a frente, las dos ciudades con el Plata de por medio, azuzaron una rivalidad comercial que terminó en enfrentamientos políticos. Ambas ciudades habían sido autorizadas al comercio con la metrópoli. Pero Montevideo, en la orilla más honda del Plata, tenía mejores condiciones físicas que su vecina. No extrañó que en Montevideo se concentraran los barcos del rey que patrullaban las costas patagónicas y el Río de la Plata, como las naves balleneras o los navíos de gran porte que no podían sortear los bancos de arena del puerto de Buenos Aires.

Pese a que la Aduana estaba en Buenos Aires, el comercio (e inevitablemente el contrabando) pasaban por la ciudad de la Banda Oriental. Las sociedades de ambas ciudades empezaron a diferenciarse. El frecuente contacto con los oficiales españoles y su mayor proporción, generó un sentimiento de lealtad hacia la metrópoli en Montevideo, muy diferente a lo que se vivía en la otra orilla. Más vieja, con mayor peso de los criollos en la población, Buenos Aires se sostenía en la ganadería que necesitaba del libre comercio para importar y exportar sin restricciones. Los comerciantes de Montevideo, en cambio, necesitaban que el sistema colonial siguiera como hasta entonces, que nada alterara su posición comercial (y sus oportunidades de contrabando con las naves que hacían escala en Montevideo).

El Consulado de Buenos Aires se enfrentó reiteradamente a Montevideo, buscando variantes para ganar puntos para Buenos Aires. (Carlos Roberts culpa de esta política a Manuel Belgrano). Se intentó construir un muelle, para mejorar el puerto, y hasta se logró autorización para habilitar el puerto de Ensenada, a kilómetros de la ciudad.

En 1805, el administrador de la Aduana de Buenos Aires, Francisco Giménez de Mesa pidió que cerraran la aduana por inútil, pues todo el comercio exterior se hacía por Montevideo. Las invasiones inglesas suspendieron lo que iba a ser otro seguro frente de conflicto.

A partir de 1796, con el enfrentamiento entre España y Gran Bretaña, las autoridades españolas aprecian el valor estratégico de Montevideo (ciudad amurallada, más fácil de defender que Buenos Aires). Progresivamente van moviendo las tropas españolas a Montevideo, dejando a Buenos Aires librada a su propia suerte. Como es lógico, reforzó el sentimiento de rivalidad de las dos ciudades y la distinción de los lazos que unían a sus habitantes con España.

22.5.06

sábado, 22.05.1806 - el virreinato

Interesada en la explotación de metales preciosos, el Río de la Plata era una zona marginal para los intereses de la corona española. El oro y la plata del Perú y el Alto Perú (hoy Bolivia) llegaban a la metrópoli a partir de convoyes regulares oficiales ("sistema de flotas y galeones") en prevención de los piratas y de los corsarios que encontraban en los mares. La ruta del monopolio comercial español partía de Sevilla y llegaba a los puertos de Veracruz (México) y Portobelo (Panamá), desprendiéndose de allí al resto del continente.

Tanto para proveerse de mercancías como para colocar su producción (principalmente cueros), los porteños debían comerciar con Potosí, en el Alto Perú, con las obligadas escalas en Jujuy, Salta y Córdoba. Este itinerario encarecía las mercaderías que consumían los habitantes rioplatenses.

La consecuencia inevitable fue el contrabando, fomentado por portugueses, holandeses e ingleses que desafiaban la autoridad española. Colonia del Sacramento (Uruguay) fue el foco principal de los contrabandistas en el Río de la Plata. En el panorama debe tenerse en cuenta, también, los negociados entre las autoridades de Sevilla y los comerciantes de Lima, que obtenían gruesas ganancias con el monopolio del comercio exterior.

A partir del reinado de Carlos III, España emprendió reformas administrativas en sus colonias, para enfrentar los ataques de las otras potencias. Una de ellas fue la creación del Virreinato del Río de la Plata, en 1776 (abarcando en una sola administración a lo que hoy es Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y algunas zonas de Chile y Brasil), con Buenos Aires como capital. La otra fue la instauración de un Reglamento de Libre Comercio, dos años después de la creación del Virreinato, que aumentaba el número de puertos (tanto en España como en América) habilitados para comerciar. Buenos Aires fue uno de esos veinticinco puertos.

Esta apertura comercial produjo un clima de prosperidad en la capital del virreinato, a la vez que deterioró sus vínculos con el interior. El estuario del Río de la Plata tomaba importancia estratégica. Estas medidas administrativas terminarían modificando la estructura social de las colonias y su relación con la metrópoli.

20.5.06

jueves, 20.05.1806 - avistamiento

En el día de hoy, los guardias de la fortaleza de Santa Teresa, en la Banda Oriental, reportaron la presencia de una fragata inglesa. Esta fue la primera noticia de la existencia de una flota enemiga en las aguas del Plata. Los que los centinelas de Santa Teresa habían visto no era otra que la fragata Leda que precedía a las flota británica en tareas de reconocimiento.

El avistamiento corrió, de boca en boca, alertando a los pobladores y autoridades del virreinato en las dos orillas del Plata.

19.5.06

miércoles, 19.05.1806 - de barro

En las noches, las calles se iluminaban con faroles de aceite que colgaban en las esquinas, encima de las entradas de las casas. Salvo algunas calles mal empedradas, las que entraban a la Plaza (sólo un par de cuadras), el resto de las calles se convertían en un barrial intransitable con las lluvias o en una nube de polvo seco en el verano.

José Wilde describe bien las calles de esos tiempos: "...por los años 1770 y tantos, a consecuencia de una lluvia, que continuó por muchos días, formáronse tan profundos pantanos, que se hizo necesario colocar centinelas en las cuadras de la calle de las Torres, (hoy Rivadavia), en las cercanías de la plaza principal, para evitar que se hundieran y se ahogaran los transeúntes, particularmente los de a caballo. (...) la ciudad (confiados, sin duda, sus habitantes en la buena salud que en ella reinaba), era sucia; en invierno, por el barro, en verano, por el polvo. Sus calles jamás se barrían, salvo el barrido impuesto en cierto radio a los tenderos, que lo efectuaban los sábados, por medio de sus dependientes, y sólo se limpiaban de tiempo en tiempo por los copiosos aguaceros que las convertían en vastos mares, rebalsando las aguas los terceros, derramándose luego por las calles en raudal hacia el río de la Plata, arrastrando la corriente cuanto hallaba en su curso".

Los primeros trabajos serios de pavimentación de las calles de la ciudad, no llegaron hasta el gobierno de Bernardino Rivadavia, en 1822.

Wilde anota otra nota de color que vale la pena destacar "...ya fuera de la época colonial y hasta hace no muchos años, se veían aún en los puntos más centrales de la ciudad, inmensos pantanos: a veces ocupaban cuadras enteras. No era raro, pues, ver a un médico dejar su caballo (entonces no andaban los médicos en carruaje) en una bocacalle y caminar una cuadra o más, hasta la casa de su cliente, por no lanzarse a caballo en ese mar de lodo; y al pedestre obligado a rodear una o más manzanas para llegar a un punto dado, aprovechando el paso que algún vecino caritativo o algún pulpero interesado había improvisado, con el auxilio de unos cuantos ladrillos, pedazos de tabla, etc.

Los pantanos se tapaban, hasta hace muy pocos años, con las basuras que conducían los carros de la policía, que eran pequeños y tirados por una sola mula.

Estos depósitos de inmundicias, estos verdaderos focos de infección, producían, particularmente en verano, un olor insoportable, y atraían millares de moscas que invadían a todas horas las casas inmediatas.

Muchas veces se veían en los pantanos animales muertos, aun en nuestras calles más centrales, aumentando la corrupción. De los pantanos, desgraciadamente no nos vemos libres hasta la fecha; sólo sí, ya no se ven en el centro, pero no faltan, aunque no tan profundos y extensos, en los suburbios"
.

18.5.06

martes, 18.05.1806 - las casas

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Los vecinos más importantes vivían cerca de la Plaza Mayor (la actual Plaza de Mayo), con preferencia en el lado sur. Las casas eran generalmente de un piso, con techos de tejas o azoteas. Frente a la plaza se levantaban casas de dos pisos, conocidas popularmente como los "Altos" (por ejemplo, los Altos de Escalada) que, como se verá, tuvieron importancia estratégica en las invasiones. Las casas más modestas eran de adobe; las más ostentosas, de piedra o ladrillo, blanqueadas a la cal; todas con escasa participación de madera en su construcción (de vital importancia, en caso de un bombardeo), con fuerte rejas de barrotes de hierros verticales ("un londinense creería encontrarse delante de una cárcel" describió un viajero en 1820). Las paredes medianeras eran lo suficientemente bajas como para que se pudiera recorrer toda la cuadra por los techos de las casas.

"Las casas, aunque en general sólidamente construidas, estaban muy lejos de ser confortables. Por muchos años se edificó en barro, siendo relativamente moderno el uso de la mezcla de cal; muchos revoques se hacían también con barro. En las paredes sólo se empleaba el blanqueo, tanto al exterior como interiormente; la pintura al óleo y el empapelado casi no se conocían, y menos el cielo-raso; los pisos eran generalmente de ladrillo, denominados de piso" recuerda José Wilde.


"Las puertas exteriores son de materiales fuertes, y como los topes de las casas son chatos y se comunican y todas tienen parapetos altos, parecen haber tenido origen en un plan para servir como barreras yuxtapuestas contra los ataques repentinos de sus salvajes vecinos de las Pampas, que en tiempos pasados se precipitaban sobre los habitantes, sin ninguna prevención"señaló el capitán Alexander Gillespie.

"...por feas que ellas fuesen, prestaron aquellas rejas, en más de un sentido, buenos servicios; entre otros, el de poder dormir, como era muy común en aquellos años, con las ventanas abiertas en tiempo de verano" advierte Wilde "si bien es cierto que ni aún con rejas podían los amantes del aire fresco, verse libres de la astucia de los cacos. (...) armábanse de una larga caña, con un gancho o anzuelo en un extremo, que introducían por la reja, y con la mayor destreza, sustraían las ropas sin ser sentidos. No pocas veces, sin embargo, se han despertado los pacíficos habitantes a tiempo para ver salir balanceándose su reloj con cadena o su pantalón, en la punta de una caña".

Copiando el estilo de las casa del sur español, las casas poseían patios interiores cuadrados con un pozo ornamental en el centro. "Casi todas las casas tienen un jardín delante y otro detrás; y todos los que se lo pueden permitir tienen balcones con toldos y rejas, adornados con las más hermosas flores y arbustos que produce el mundo" apunta John Fairburn. Rosas, gardenias, jazmines, camelias y una multitud de enredaderas, eran las preferidas. "La ciudad presenta un aspecto bastante agradable por la profusión de jardines y árboles que forman contraste con la blancura de las casas (..) construidas unas en cal, otras en ladrillos y otras en piedra" .

17.5.06

lunes, 17.05.1806 - los nombres

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En el post de ayer, identificamos las calles de esa Buenos Aires colonial, con sus nombres actuales. Pero, otros eran los nombres de las callejuelas que se entrelazaban en damero. Desde ya, las diagonales Norte y Sur (i.e., Roque Sáenz Peña y Julio A. Roca) no sólo no existían, sino que ni siquiera estaban pensadas.

Desde el río, de este a oeste, veamos las calles que cortaban la ciudad, con el nombre de 1806, seguido de su denominación actual:

Paseo de la Alameda: L. N. Alem - Paseo Colón
Santo Cristo: 25 de Mayo - Balcarce
San Martín: Reconquista - Defensa
Santísima Trinidad: San Martín - Bolívar
San José o del Correo: Florida - Perú
San Pedro o Mendocinos: Maipú - Chacabuco
San Juan: Esmeralda - Piedras
San Miguel: Suipacha - Tacuarí

Desde el sur al norte, las calles perpendiculares a las anteriores:

Rosario: Venezuela
Santo Domingo: Belgrano
San Francisco: Moreno
San Carlos: Alsina
Cabildo: Hipólito Yrigoyen
Las Torres: Rivadavia
Piedad: Bartolomé Mitre
Merced: Presidente Perón
Santa Lucía: Sarmiento
San Nicolás: Corrientes
Santa Teresa: Lavalle
Santiago: Tucumán
Santa Catalina: Viamonte
Santa Rosa: Córdoba
Santo Tomás: Paraguay
Santa María: M. T. de Alvear
San Gregorio: Santa Fe

Ni Arenales ni Juncal tenían nombre, simples pasadizos entre cercos de tunas. Otra dos calles deben mencionarse: la Calle Larga de Barracas, la actual Montes de Oca y la Calle Sola (la actual Vieytes).

Muchos de estas calles serán rebautizadas tras las invasiones. Algunos nombres se perdieron (como Victoria, el nombre que tenía anteriormente Hipólito Yrigoyen); otras (como Reconquista y Defensa) permanecen como recuerdo urbano de esta gesta bélica.

16.5.06

domingo, 16.05.1806 - retrato de una ciudad

Físicamente, la ciudad era chata, como la llanura y el río que le servían de marco. El Río de la Plata ("infierno del navegante" según lo definiera un viajero inglés) llegaba hasta las actuales calles Leandro N. Alem - Paseo Colón, lo que se conocía como el Paseo de la Alameda, lugar de paseo los domingos por las tarde.

"Constituía la ciudad un vasto paralelogramo, dividido en cuadras, cada una de 150 varas" resume José Wilde. Trazada en damero, manzanas cuadradas de veredas anchas, la parte edificada de la ciudad se agrupaba en un sector triangular, con base en el río, al este, limitada por la actual calle Chile al sur y la actual calle Córdoba al norte, con vértice en la intersección de las actuales Rivadavia y Libertad. Dos pequeños arroyos, intransitables en época de lluvia, conformaban los límites de la Buenos Aires colonial. Al sur, por Chile, el Zanjón de Vera (también llamado "del Hospital" porque discurría al costado del hospital de los padres betlemitas, en la calle Defensa y Venezuela; al norte, el Zanjón de Matorras (oculto hoy bajo el asfalto de la calle Tres Sargentos).

Más allá, entre los "huecos" dejados por las quintas y chacras, se ubicaban los ranchos, llegando el diseño de la ciudad no más allá de las calles Callao, Entre Ríos, Brasil y Juncal, manzanas delimitadas por cercos de tunas, cinacina y mora. Luego, los suburbios que presagiaban los montes y potreros, "con preferencia habitados por mestizos y negros, (que) son en apariencia, parecidos a la parte de Londres que se encuentra por Shoredich y Whitechapel" como describió John Fairburn, en 1806.

La promesa de la pampa se cumplía en una serie de pequeños poblados y rancherías.

15.5.06

sábado, 15.05.1806 – la ciudad que espera en la otra orilla

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Hasta al momento, hemos seguido la campaña militar a bordo de las naves invasoras. Todavía faltan muchos días de navegación para llegar a la orilla, donde espera la ciudad que será invadida. Es hora que volemos sobre el Atlántico y echemos una mirada a la Buenos Aires que ignora que está en la mira británica.

¿Cómo era la Buenos Aires que encontraron los ingleses? Una ciudad que apenas superaba los 40 mil habitantes, con una población que llevaba una vida tranquila, relativamente cómoda, satisfecha con su suerte. La vida en la capital del Virreinato del Río de la Plata no estaba llena de grandes lujos, pero tampoco de grandes miserias. “…nunca escaseaba la carne ni el pescado, ni el agua en el río o en los aljibes” escribe Paul Groussac “Baratísima la vida, modestos los gastos y poco menos que gratuitas las diversiones lícitas, se atesoraban los ahorros de muchos años para hacer frente a cualquier eventualidad”.

Este bienestar generalizado llamó la atención aún del invasor, como lo deja por escrito Whitelocke (el comandante de triste fama de la segunda invasión) que en carta a sus superiores, escribe: “Más de 170 hombres se pasaron al enemigo antes de mi llegada a Montevideo, y algunos desde entonces; cuanto más conozcan los soldados la abundancia que ofrece el país y los fáciles medios de adquirirla, mayor será el mal, ya que para la mentalidad el común la tentación es irresistible” .

Étnicamente, a diferencia de las otras ciudades latinoamericanas, la población indígena era minoritaria. Según un censo de 1778, levantado por el Cabildo, por orden del virrey Vértiz, 65% de la población eran blancos (españoles y sus descendientes, los criollos), 30% negros (traídos como esclavos) y mulatos y el resto eran indios y mestizos.

13.5.06

jueves, 13.05.1806 - las banderas

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Uno de los símbolos físicos de la tradición de cada regimiento, eran las banderas. Cada cuerpo portaba dos banderas. Una, la insignia nacional o la del rey. La otra, propia del regimiento, en general del color de los bordes del uniforme. Con dispensa del rey, como reconocimiento al cuerpo, solían llevar bordadas en esa insignia, las campañas o batallas en la que el regimiento había participado.

Por ejemplo, el primer batallón del regimiento 71, de especial participación en las Invasiones Inglesas, portaba una bandera amarilla, como los bordes (“vivos”) de su uniforme. Esa bandera, junto a la bandera nacional, están aún en Buenos Aires.

Pero esa es otra historia… que falta mucho para contar…

12.5.06

miércoles, 12.05.1806 - organización del ejército inglés

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Carlos Roberts detalla algunas peculiaridades del ejército inglés de esos tiempos, que vale la pena rescatar para armar el cuadro completo de la fuerza invasora:

1) Los regimientos eran territoriales y se los conocía por el nombre del distrito. Cada regimiento podía tener más de un batallón, pero no intervenían juntos, en la misma contienda. Uno quedaba en el distrito y los otros (de existir) iban a escenarios bélicos distintos.

2) Cada batallón constaba de 10 compañías y cada una de éstas de 100 hombres. Pero en esta definición no se cuentan los sargentos, oficiales y distintos oficiales (como los músicos). De incluirlos, cada batallón se componía de cerca de 1125 hombres.

3) Como ya contáramos, las esposas acompañaban a sus maridos al frente. Cada compañía permitía que 6 de sus hombres se casaran.

4) El teniente coronel mandaba un batallón, asistido por dos mayores (que solían formar en los extremos del cuerpo, en las batallas). En caso de enfermedad o muerte del teniente coronel, el mayor de más edad lo reemplazaba. Los diez capitanes de compañía respondían directamente al teniente coronel.

11.5.06

martes, 11.05.1806 - William Carr Beresford

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Alto y fornido, un ojo perdido en un accidente de caza en Canadá, de tal fortaleza física y coraje, como para ganarse el mote de “el irlandés fogoso”, William Carr Beresford, el comandante de la primera invasión inglesa a Buenos Aires, llegaba al Río de la Plata con una excelente foja al servicio de Su Majestad. Destacadas actuaciones en Tolón, Córcega, Jamaica e India. Beresford fue uno de los cuatros jefes que condujo al ejército inglés por el desierto arábigo, rumbo a El Cairo, donde los británicos habían vencido a Napoleón; los otros fueron Baird, Auchmuty y Murray, todos relacionados con las invasiones inglesas.

El hombre detrás del militar arrastraba una desilusión amorosa: su propuesta de casamiento a su prima hermana Louisa había sido rechazada por sus familiares, alegando el grado de consanguinidad de los novios. Tras la negativa, se adivinaban otros motivos, los orígenes de Beresford, hijo natural del marqués de Waterford. Con esa pena a cuestas, se destacó en Ciudad del Cabo, donde entrelazaría su destino con Home Popham y Buenos Aires.

7.5.06

viernes, 07.05.1806 - tratado de presas

Por si nos queda alguna duda de cuál era el interés primario de sir Home Popham, en esta expedición, vale señalar que antes de zarpar de Santa Elena, el comodoro hizo firmar un contrato, a los altos oficiales, "a fin de prevenir celos o cualquier mal entendido y para la distribución más rápida de cualquier presa que pudiera resultar de propiedad capturada en Montevideo, Buenos Aires u otras dependencias", i.e. como nos repartimos el botín.

El acuerdo ("sujeto a la conformidad de S.M. y a las leyes existentes para la adjudicación de presas en la Alta Corte del Almirantazgo de Su Majestad") establecía que lo que se tomara en tierra o en los puertos, correspondía al ejército y a la escuadra. Las presas tomadas por la escuadra, antes del desembarco o sitio, serían propiedad exclusiva de la escuadra. Y, finalmente, las presas que hiciera la escuadra en el Río de la Plata, dentro de un radio de nueve millas de un lugar atacado y dentro de un mes de iniciarse la acción, serían propiedad del ejército y la armada.

Como vemos, no sólo se buscaba ensanchar la gloria de la Gran Bretaña, sino también, de ser posible, el bolsillo propio. Y con este contrato, lo que buscaba Home Popham es resguardar sus derechos y los de Armada, sobre los que pudiera obtener Beresford y el ejército.

5.5.06

miércoles, 05.05.1806 - el Justina

"... 100 hombres de la guarnición, con todos sus enseres de campaña, se embarcaran en el Justinia, barco mercante de 26 cañones, perteneciente a los señores Prínceps y Sanders, de Londres, que estaba en la rada destinado y asegurado para el Cabo, pero cuyo sobrecargo fue persuadido a desviar su derrotero hacia las costa hostiles de Sur América, con esperanzas de mejor empleo" cita Gillespie.

Este barco mercante cambió su rumbo al Río de la Plata, junto a otros dos navíos que estaban anclados en Santa Elena. Esperaban grandes ganancias, con las ventas de su cargamento en la futura colonia británica. No erraban en su pronóstico, porque los otros dos barcos que regresaron a Europa, con sus bodegas repletas de cueros cargados en el Río de la Plata, reportaron ganancias de un 250%.

Pero para el Justina, sin embargo, la historia sería muy diferente. Guarden este nombre y esperen, porque ese navío será protagonista de una de las hazañas más gloriosas de nuestra historia y partícipe de un raro hecho de la historia naval.

Anoten su nombre y no lo olviden.

4.5.06

martes, 04.05.1806 - las tropas

Patten aportó las tropas de infantería y artillería pertenecientes al Regimiento de Santa Elena (Green Volunteer Regiment), al mando del vicegobernador de la isla, el teniente coronel, Lane. Las cifras difieren, según los autores, pero superan los doscientos hombres. Gillespie habla de cien y señala que el destacamento del cuerpo de Santa Elena "fue una adición valiosa, pues la mayoría de ellos eran artilleros y tiradores excelentes". Carlos Roberts totaliza 286 hombres, junto a dos obuses de cinco y media pulgadas. Agrega un dato de interés, la heterogeneidad de la nacionalidad de estos hombres, lo que justificó las deserciones que se dieron durante las invasiones. Bernardo Lozier Almazan suma 234 (139 hombres de infantería y 94 artilleros) además de los dos cañones.

3.5.06

lunes, 03.05.1806 – el apoyo de Patten

“Se requirió de la persuasión y la destreza unidas de nuestros dos comandantes, con el gobernador Patten, para reparar nuestra deficiencia por la pérdida del Ocean, quien tuvo que combatir en su decisión entre un alto sentido de su deber público para la Compañía de la India y el deseo leal de adelantar la prosperidad de su país” nos cuenta el capitán Alexander Gillespie.

Patten, gobernador de Santa Elena, ya estaba al tanto de la llegada de la expedición de Popham, por instrucciones del Comité Secreto de la Compañía de la India Oriental, en la que se le rogaba prestara “cualquier ayuda a vuestro alcance, compatible con la protección y seguridad de vuestra propia isla”.

El gobernador Patten rápidamente prestó a Popham la ayuda pedida, cediéndole tropas pertenecientes a la compañía de las Indias Orientales, condicionado a una pronta devolución tras conquistar el Río de la Plata. Patten confiaba en “la facilidad con que ese importante plan podría ser realizado, y con la mira puesta en asegurar el éxito de las armas de S.M.”.

La buena predisposición de Patten a la aventura de Home Popham terminaría costándole el puesto, tiempo después. “El resultado del celo no autorizado de Mr. Patten importóle la pérdida de su puesto, pero mientras esa inflicción estricta de la letra legal le fue aplicada, es deber indispensable de la justicia sobreviviente vindicar su memoria de la mancha, por el conocimiento de los móviles virtuosos que lo guiaron” le perdona la vida Gillespie.

2.5.06

domingo, 02.05.1806 – zarpando

“… para la expedición, que se dio a la vela el 2 de mayo con rumbo a su destino final” anota en su libro de memorias, el capitán Alexander Gillespie.

Rumbo a su destino final, Buenos Aires, la expedición inglesa tiene aún poco más de un mes de viaje, surcando las aguas del Atlántico.

1.5.06

sábado, 01.05.1806 – las cartas de William Carr Beresford

El mismo día 30 en que Home Popham enviaba sus cartas desde la isla de Santa Elena, el comandante militar de la expedición, el general William Carr Beresford hacía lo propio, en otra carta al ministro de Guerra. Lord Castlereagh, anunciándole que “estoy en viaje al Río de la Plata con una división de tropas puestas bajo mis órdenes por Sir David Baird”.

Beresford le expone al Ministro la razón de porqué se desviaron hacia Santa Elena, las tropas que puso a disposición el gobernador de la isla (cosa que veremos en un post posterior) y se muestra preocupado por la inferioridad numérica británica, para el tenor de la expedición que van a emprender. “Es probable que los Ministros de S.M., hasta tanto se aseguren del éxito de la empresa, no enviarán tropas para reforzar las que están a mis órdenes, ni yo puedo, hasta que me oriente mejor respecto del país, dar una opinión sobre la clase ni los efectivos que sería conveniente enviar; pero es obvio que la Caballería es de necesidad absoluta para que podamos apoderarnos del país” escribe Beresford.

La claridad de conceptos de Beresford se manifiesta en su pedido de urgentes instrucciones políticas (de las que carece en este momento), respecto “de cómo se ha de proceder en cuanto a los habitantes, sea que éstos se inclinen al dominio inglés o a lo contrario, o sea que se muestren a favor o en contra del dominio español, y qué esperanzas o estímulos se les debe brindar en cualquiera de eso casos. En cuanto me sea posible, y hasta recibir instrucciones explícitas, me abstendré de hacer otras declaraciones que no sean el goce y nuestra protección en el ejercicio de su religión, y la seguridad de que, mientras estén bajo la protección de Su Majestad, aprovecharán de un comercio menos restringido que el permitido por sus actuales gobernantes”. Estas palabras de Beresford deben ser tenidas en cuenta, cuando se analicen las primeras disposiciones del general, como gobernador de Buenos Aires.

“… Vuestra Señoría puede estar seguro de que pondré mi mayor empeño en atraer la simpatía de los habitantes si nuestra fortuna nos diese el éxito en esta empresa” resume Beresford.

Lejos está de saber los lazos que lo unirán a la ciudad que va a asediar en pocos días.