12.10.06

martes, 12.10.1806 – en camino a Luján

“Al alba todos volvimos a montar el 12 de octubre los mismos caballos que habían sido llevados a pastar durante la noche con dos personas para cuidarlos. Las molestias de es día fueron muchas y penosas, que la vista perpetua de una llanura nivelada y lozana cubierta de ganado y el herbaje con maizales y trigales no podían desviar o suavizar. Llegamos a una posta a las diez, a cuatro leguas de Buenos Aires, donde vimos algunos de nuestros bravos muchachos que llevaban nuestro mismo destino y donde con cortante apetitos nos regalamos con huevos y tocino.

(…)

Salimos de esa posta a las 2 p.m. Muchos de nosotros nunca habíamos montado durante años, cuyas angustias es mejor imaginar que describir. Si la comodidad alguna vez deriva del infortunio ajeno, era ahora liberalmente dispensada por la mutua simpatía, que se mostraba entre el jinete torturado y la bestia maltratada, y a veces, hubieran convenido pronto en cambiar papeles y tareas. Aumentan esos sufrimientos los estribitos de madera de nuestros recados, de forma triangular y tan estrechos que apenas admitían el dedo grande y no ofrecía apoyo a la pierna cansada. Estos se usan siempre por las clases inferiores y son de madera. El mayor Tooley bondadosamente me prestó los suyos de hechura inglesa; de otro modo no puedo decir lo que personalmente hubiera sido de mí. Este día vi muchas lechuzas, que se meten bajo y tierra, y cruzamos una tropas de sesenta carretas de Mendoza con vino para Buenos Aires.

(…)

Con el crepúsculo los aspectos y las actitudes de nuestra desparramada retaguardia eran a la vez risibles y lastimosos. Uno se sentaba como mujer y otro doblado, mostrando todos las flaquezas de la edad, mientras un tercero casi deshecho se había desmontado, acostándose sobre el suelo en desesperación. Había muchos síntomas visibles de rodar, patear, caer. A seis leguas de Buenos Aires cruzamos el río de Las Conchas, que desagua en el Plata. El general Beresford y los oficiales que iban bien montados, llegaron a Luján a eso de las 4 p.m.; otros a las 7, con el aspecto más lamentable a causa del polvo y la fatiga; y, en lo tocante a mí, fueron las 11 de la noche antes que llegase, aunque la torre de la villa se veía y parecía cercana cinco horas antes. Todos teníamos alojamiento con los habitantes y fuimos bien tratados por todas las criaturas del pueblo, exceptuando las pulgas, que demostraron gran parcialidad por la sangre inglesa y total falta de sentimiento por nuestros cuerpos cansados”

Del libro de memorias del capitán ALEXANDER GILLESPIE.