24.7.06

sábado, 24.07.1806 - Lady Shore

"No había cerrado la noche cuando se nos acercaron algunos paisanos nuestros, sobre cuyas historia individuales se cernía mucha oscuridad" nos cuenta Alexander Gillespie sobre unos compatriotas que se acercaron a las tropas inglesas, la noche de la toma de Buenos Aires. "La mayor parte eran personas poco recomendables" los cita Carlos Roberts. "Algunos, según se nos dijo, habían sido sobrecargos, o consignatarios, que abusaron de la confianza en ellos depositada, haciéndose así eternos desterrados de su país y de sus amigos, mientras otros se componían de ambos sexos que, por una violación de nuestras leyes, habían sido desterrados de su protección, y cuyos crímenes, en parte de ellos, habían sido todavía más oscurecidos en su tinte, como perpetradores de asesinato. Estos eran algunos culpables del delito de Juana Shore" prosigue Gillespie.

¿Qué era el delito de "Juana Shore"? Carlos Aldao, traductor y anotador del diario de Gillespie, "Buenos Aires y el Interior" aclara: Jean Shore era la favorita del rey Eduardo IV de Inglaterra cuya historia sirvió de base a una tragedia escrita por Nicolas Rowe ("The Tragedy of Lady Shore"). El eufemismo alude al crimen de adulterio.

Pero Carlos Roberts tira otra pista: "Criminales de ambos sexos que habían llegado en la fragata Lady Shore". En 1797, se produjo un motín en el barco inglés “Lady Shore” que llevaba prisioneros a la colonia penal de Australia. Los amotinados entraron a Montevideo con bandera francesa, pero las autoridades españolas confiscaron el navío, apresaron a los hombres y distribuyeron a las mujeres (alrededor de unas setenta) entre las familias de ambas orillas del Plata. Algunas cayeron en la prostitución, pero otras lograron afincarse en estas tierras, como Mary Clarck ("Doña Clara, la inglesa") quien se casó con el capitán Taylor y, en 1810, abrió el primer hotel de Buenos Aires, en la actual 25 de Mayo, entre Corrientes y Sarmiento.

"Quienes nunca hayan salido de su tierra para una región lejana del mundo, no pueden tener sino débil idea de los nobles sentimientos inspirados por la consaguinidad nacional. Cada ser brotado de ella, con quien nos encontramos, parece que mereciese no solamente nuestra atención sino nuestra amistad; los errores se borran y lo estrechamos contra nuestro pecho. Todos los de esa lista, exceptuando una sola mujer disoluta, fueron colocados en empleos decentes y se condujeron bien y todos compitieron en buenos oficios para nosotros. Los servicios parciales de algunos pocos para nuestros desamparados soldados, mientras estuvieron prisioneros, expiaron muchos grandes pecados" los recuerda Gillespie.

Mal mirados por la clase acomodada porteña, los desterrados británicos eran, sin embargo, bien recibidos por el pueblo, porque se habían convertido al catolicismo para adaptarse a su nueva tierra del exilio. "Las clases superiores señalaban este grupo con execración" atestigua Gillespie "pero el populacho los recibía como campeones de la causa católica, por haber librado al mundo de tantos herejes abominables, mientras la iglesia los recibía como preciosos elegidos en sus campañas espirituales, y como súbditos convenientes par sus absoluciones impías y expiatorias".